
Un poco de
Historia
San Cristóbal de La Laguna te ofrece una variada oferta para una excelente experiencia gastronómica. Te sorprenderá la diversidad de entornos, productos y recetas que alberga nuestro municipio.Las huertas del municipio mantienen un amplio catálogo de verduras, frutas y hortalizas que siguen siendo fundamentales para la economía y las mesas de los laguneros y laguneras.¡Que aproveche!
Turismo

El silencio habla en San Cristóbal de La Laguna. Lo hace a través de las piedras volcánicas de sus fachadas, en el crujir de las maderas nobles de sus conventos, en el eco de los pasos sobre adoquines que trazaron el primer plano urbano de Canarias. Declarada Patrimonio de la Humanidad en 1999, esta ciudad no se visita: se descifra. Su centro histórico fue un espejo en el que si miraron decenas de ciudades del Nuevo Mundo…
Comenzamos nuestra visita en la Catedral, donde convergen los Mundos. Su torre neogótica domina el cielo lagunero, pero el verdadero tesoro de la Catedral de Nuestra Señora de los Remedios se esconde dentro. Entre retablos flamencos y un púlpito de mármol de Carrara, conviven curiosamente iconos ortodoxos junto a la tumba de Alonso Fernández de Lugo. Es esta mezcla –como la de la propia ciudad– lo que fascina: un diálogo entre Europa y América que empezó aquí, en la primera capital de Tenerife.
Continuamos por la Plaza del Adelantado, donde poder sentir el latir de la historia. Bajo la sombra de los laureles de Indias, la fuente de mármol de esta plaza parece marcar el compás del tiempo. Fue aquí donde se gestó el modelo de ciudad colonial que luego se replicaría en La Habana o San Juan de Puerto Rico. Hoy, rodeada por el Ayuntamiento y el Palacio de Nava –este último un prodigio de eclecticismo arquitectónico–, sigue siendo el mejor punto de partida para perderse por calles como La Carrera, donde todas las cas[...]
El silencio habla en San Cristóbal de La Laguna. Lo hace a través de las piedras volcánicas de sus fachadas, en el crujir de las maderas nobles de sus conventos, en el eco de los pasos sobre adoquines que trazaron el primer plano urbano de Canarias. Declarada Patrimonio de la Humanidad en 1999, esta ciudad no se visita: se descifra. Su centro histórico fue un espejo en el que si miraron decenas de ciudades del Nuevo Mundo…
Comenzamos nuestra visita en la Catedral, donde convergen los Mundos. Su torre neogótica domina el cielo lagunero, pero el verdadero tesoro de la Catedral de Nuestra Señora de los Remedios se esconde dentro. Entre retablos flamencos y un púlpito de mármol de Carrara, conviven curiosamente iconos ortodoxos junto a la tumba de Alonso Fernández de Lugo. Es esta mezcla –como la de la propia ciudad– lo que fascina: un diálogo entre Europa y América que empezó aquí, en la primera capital de Tenerife.
Continuamos por la Plaza del Adelantado, donde poder sentir el latir de la historia. Bajo la sombra de los laureles de Indias, la fuente de mármol de esta plaza parece marcar el compás del tiempo. Fue aquí donde se gestó el modelo de ciudad colonial que luego se replicaría en La Habana o San Juan de Puerto Rico. Hoy, rodeada por el Ayuntamiento y el Palacio de Nava –este último un prodigio de eclecticismo arquitectónico–, sigue siendo el mejor punto de partida para perderse por calles como La Carrera, donde todas las casas señoriales guardan siglos de historias.
Es imprescindible visitar la Casa Lercaro, en la que, tal vez, podamos oír susurros del pasado. El Museo de Historia de Tenerife ocupa esta mansión del siglo XVI, pero ningún objeto expuesto es tan elocuente como el pozo del patio. Cuentan que aquí terminó la vida de Catalina Lercaro, la joven que prefirió la muerte a un matrimonio forzado. Los vigilantes juran que aún se oyen sus pasos en la noche. Más allá de la leyenda, su escudo familiar –junto a cartografías y mobiliario de época– revela el poder de las familias genovesas que moldearon la ciudad.
Si pasáis por delante del Convento de Santa Catalina, es importante que sepáis que, tras los muros de este convento de clausura, en una urna de cristal, yace un enigma: el cuerpo incorrupto de Sor María de Jesús, fallecida en 1731. Cada 15 de febrero, miles peregrinan para ver a "La Siervita", cuyo rostro sereno desafía el paso del tiempo. El propio edificio, con su mezcla de mudéjar y sobriedad monacal, parece suspendido entre dos eras.
Otra parada en nuestro viaje nos llevará a la Iglesia de La Concepción, la auténtica piedra fundacional de La Laguna. Su torre –la más alta de Canarias– sirvió de faro a los navegantes. Dentro, la campana "La Agustina" aún repica con la misma voz que escucharon los primeros colonos. Esta fue la primera parroquia de Tenerife, el núcleo desde el que creció la ciudad. Subir a su campanario (con permiso del sacristán) regala una vista que abarca desde el Teide hasta la costa norte: la misma que contempló el Adelantado al planear su urbe.
Cada calle cuenta una historia. Cada rincón atesora hechos o detalles que pasan desapercibidos al viajero, pero que conviene tener presentes. Como, por ejemplo, en el ex-Convento de San Agustín, las sombras del solsticio de verano se alinean perfectamente con su nave, revelando su papel como marcador astronómico. O el caso del ‘barraquito’ de la Casa-Museo Cayetano Gómez Felipe –café, leche condensada y un toque de licor– que es tan emblemático como las piezas de su colección. Sin olvidarnos del Palacio de Nava, que esconde en su patio columnas de basalto que parecen sacadas de un paisaje lunar, testimonio de la creatividad canaria.
La Laguna no se apresura. Invita a caminar despacio, a levantar la vista hacia los aleros tallados, a sentarse en un banco de la Plaza del Adelantado con un trozo de quesadilla herreña recién comprada en el mercado. Porque esta ciudad no es solo un museo al aire libre: es el lugar donde el pasado, lejos de ser vitrina, sigue vivo en cada rincón.
Gastronomía

El aroma a gofio tostado flota en el aire de La Laguna. Es tan cautivador que días después de tu visita a esta bella localidad, eres capaz de cerrar los ojos y aspirar profundamente para quedar al momento prensado de sensaciones únicas. En el mercado, entre quesos frescos de cabra y cestas de papas bonitas, uno comprende que esta ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad guarda otro tesoro menos visible pero igualmente valioso: una tradición gastronómica donde lo humilde se convierte en sublime.
En cualquier taberna del casco histórico, las papas arrugadas con mojo picón son mucho más que un entrante: son un símbolo. Su piel tersa y ese punto exacto de sal hablan de siglos de cultivo en esta tierra volcánica. Acompañadas de un conejo en salmorejo -marinado en vino local con hierbas aromáticas- forman un plato que los laguneros defienden con orgullo. Intenta por un segundo no salivar al ver como este suculento plato llega a tu mesa. Una misión imposible.
En los barrios rurales como Guamasa o Los Rodeos, el puchero canario revela su carácter: un caldo sustancioso donde trozos de calabaza, batata y piña de millo abrazan carnes lentamente cocidas. Es comida que alimenta el cuerpo y el alma, como el escaldón de gofio que los abuelos preparaban después de la siega. Si antes de probar platos así te dijeran que la tradición se come a cucharadas, habrías pensado al instante que te estaban contando una milonga, pero la realidad te ha dado de lleno en [...]
El aroma a gofio tostado flota en el aire de La Laguna. Es tan cautivador que días después de tu visita a esta bella localidad, eres capaz de cerrar los ojos y aspirar profundamente para quedar al momento prensado de sensaciones únicas. En el mercado, entre quesos frescos de cabra y cestas de papas bonitas, uno comprende que esta ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad guarda otro tesoro menos visible pero igualmente valioso: una tradición gastronómica donde lo humilde se convierte en sublime.
En cualquier taberna del casco histórico, las papas arrugadas con mojo picón son mucho más que un entrante: son un símbolo. Su piel tersa y ese punto exacto de sal hablan de siglos de cultivo en esta tierra volcánica. Acompañadas de un conejo en salmorejo -marinado en vino local con hierbas aromáticas- forman un plato que los laguneros defienden con orgullo. Intenta por un segundo no salivar al ver como este suculento plato llega a tu mesa. Una misión imposible.
En los barrios rurales como Guamasa o Los Rodeos, el puchero canario revela su carácter: un caldo sustancioso donde trozos de calabaza, batata y piña de millo abrazan carnes lentamente cocidas. Es comida que alimenta el cuerpo y el alma, como el escaldón de gofio que los abuelos preparaban después de la siega. Si antes de probar platos así te dijeran que la tradición se come a cucharadas, habrías pensado al instante que te estaban contando una milonga, pero la realidad te ha dado de lleno en el paladar y descubres que estos guisos rezuman olores vivos… e historia.
Bajamar y Punta del Hidalgo huelen a marisco recién sacado de las redes. Aquí, la vieja -pez de escamas azuladas y carne firme- alcanza su máxima expresión: ya sea frita con mojo verde o en sancocho con papas. Los pescadores cuentan que este plato nació de la necesidad, cuando el pescado se salaba para conservarlo. Hoy es delicatessen.
Tras la comida, llega el ritual de los postres. En el convento de las Clarisas, tras un torno de madera oscura, se esconden los legendarios rosquetes laguneros: hojaldres crujientes rellenos de cabello de ángel que parecen llevar dentro todo el sol de las islas. No menos memorable es el frangollo, pudding de maíz con miel y almendras que sabe a cocina de abuela. Es todo un viaje en el tiempo que nos transporta a aquellos días felices en las abuelas llamaban a voces desde la ventana para ir corriendo a merendar. Dejar los juegos que colonizaban las calles para disfrutar de todo el cariño y esmero que sólo una abuela sabe poner en un dulce para su nieto.
¿Y para maridar? Los viñedos de Tacoronte-Acentejo, con su suelo rojizo y brisa atlántica, producen tintos robustos que armonizan a la perfección con los quesos curados del mercado. Sirven en vaso bajo, como manda la tradición, para concentrar sus aromas a frutos del bosque. El trago se hace agradable. Casi de forma inconsciente te sorprendes a ti mismo chascando la lengua, como buscando algún aroma que ha quedado rezagado en el paladar.
La Laguna no necesita gastronomía de vanguardia para seducir. Basta con sus sabores auténticos, heredados de generaciones que entendieron que la buena mesa no es cuestión de elaboración, sino de verdad. Aquí, cada bocado cuenta una historia. Si prestas atención, quedarás embaucado a la primera…